La madurez
A Sergio David Perdiguero
Como potro desbocado
sin jinete que lo monte,
cabalgando el
cielo un rayo
abre un flash el horizonte.
Áurea silla boreal
que los vientos no soporta,
no quisieras tú llegar
al sin vivir de la costa.
Rauda vena ha de seguir
en un rizo de tormenta
una flor que se alimenta
cada noche en un jardín.
Castigado sin aliento
sobre el filo de la tierra,
siente la vida y le aterra
ser del cielo un alimento.
En el viento derramada,
¡La crin blanca revolea!
cabalgando se levanta
ondeándose en bandera.
Ladrones son los paisajes,
la niñez quedó con ellos,
el futuro en las tinieblas
péndulo de arena y tiempo.
Duerme el alma entre
barrotes
que el trotar no despereza,
es anhelo una tristeza
que soñando trae al trote.
En el yunque de la vida,
los recuerdos toman forma,
las lecciones aprendidas
en cariño se transforman.
el tiempo...
el tiempo...
fue el tiempo...
Que la vida es un caballo
esfumado en un suspiro.
No sabemos que se pierde,
sí por dónde se ha perdido.
Hoy la sal de las pupilas
cae penando sobre ti,
que tu montura es de seda
enredada en una vid.
La vagabunda
Anudada al calor de un lazo humano
un desnudo cartón la eleva el sueño,
riza el viento ladrón como sin dueño,
melodías de amor sobre su mano.
Una lanza clavada en lo profano,
una llama sin voz, un sí pequeño,
una mar sin calor un loco empeño,
una fuga voraz de espuma en vano.
Un tambor que al revés suena hacia dentro.
Un buscarse en un punto sin un centro.
Clávame el corazón, amor herido.
Un disfraz
de cabrón que sienta grande
una busca de paz ande o no ande,
no he sentido tu voz cuando te has ido.
De Viento y latido
A Viento Distante:
¿Qué designio me consume las
astillas del recuerdo? Arde en plumas y
caricias, luz fugaz de tierra
alegre, acrobáticas estrellas como posos
tintineantes, que, en el grano de
la noche, muelen, muelen y muelen altas
olas de café, ¡Oh tacita de
plata, lengua amarga de vapores malherida por
obuses de la artillería
inglesa y de la aviación de España,
donde confundí
amor con pasión. Graciosa habana
chica, perdóname este destierro.
Distante de las alas de tu pecho
de gaviota, clasifico caracolas que alcancé
mientras dormías en las cuencas
de tus ojos -mi alma errante y marinera-
signos, extrañas leyes,
orfandades.
Madrid, más de lo mismo. El canto
del gorrión vuela más bajo. Las sombras
se traspasan confusas en la
esquina sin palmeras,
oscuros fotogramas ondulantes y
un claxon que no zarpa,
hundiéndose a las siete en la
M-30, anuncia no llevar hasta Neptuno
puntualmente las rayas de coral
que prometía.
¿Qué importa, sí no siente mi
piel la hoz de tus gametos?
Porque quiero y debo decirte que
su tacto lo retengo en la memoria
deshecho de conciencia
arrepentida. ¿0 tal vez no lo
esté y sólo es mi exterior que oculta un
arma? Quizá pierda la brisa de tu
anillo, rodando
en la crudeza de los miedos.
Porque tu olor, tu lengua, no
redimen de pagos y deberes,
porque ellos son el cromatismo
ausente del Jardín de las Delicias
y tu sonrisa El Prado, donde nace esta canción
colgada en la distancia
de un
mapa de carreteras.
No debió suceder, lo sé. Pero me
fui tras la porción letal
de hilos y espuma que en la boca
yace, tu sexo
de salón.
Con exceso de sentido deambulo
y contestan los teléfonos -¿Lucia?
–
Sin tu nombre
caducan en otoño los yogures y el
amanecer trae al espejo
los ojos vecinos, la mano de un
miembro, espesas aves.
No debió suceder, no hubiésemos
tasado de igual modo la ancha
y hasta el fin pisoteada
primavera, ni el fijo perpetuar
en mares de nada, cautivos.
Fuiste un panal de miel, yo una obrera
inconmovible que vino arrebatar el polen
de las yemas sin rumbo de tus dedos vencidos
en el molde de mi espalda.
Una noche cualquiera sin lunar,
ni claves
hipocráticas distantes.
Después de todo, sólo fue
un olor, un diluvio en el río
egoísta y real del ser humano, un capítulo muerto en la memoria
angosta y delirante de la vida,
que no significa nada, pero es...
un olor.
Que supo despertar
Instinto tragicómico químico
amor tan olvidado
repetido
-Lucía
Latido-
De El ojo de la niebla
Escribe Miguel
Molina, columnista de BBC Mundo
La primera vez que estuve en Ciudad Juárez fue a principios de los ochenta.
Lo primero que vi fue una vastedad de luces en el cielo estrellado del
desierto, y poco después un amanecer que no volvería a repetirse. Me equivoqué.
Diez años después volví, aunque no llegué a cruzar el río hacia el sur y me
quedé en El Paso. Vivía en una comunidad al pie de las montañas Franklin y
podía ver la vastedad de luces de Juárez desde la ventana de mi apartamento,
amaneceres irrepetibles en el cielo encendido del desierto.
Nunca se me ocurrió pensar que alguien podría estar matando a una mujer
mientras yo contemplaba la noche y el parpadeo de las luces en la noche, pero
puede que así haya sido, porque de pronto comenzaron a aparecer los cadáveres
de las muchachas, como les dicen desde entonces.
Las muchachas eran casi todas morenas, tenían entre 13 y 25 años, o más o
menos, y cabello largo. Eran estudiantes o trabajaban en las maquiladoras
ensamblando partes para empresas de Estados Unidos a precio de mano de obra
mexicana.
Fue un escándalo desde el principio. Ahora han pasado otros diez años y ya
van más de 300 muchachas asesinadas porque sí, más de 500 desaparecidas porque
nadie sabe de ellas, y nadie sabe quién es el culpable.
De lo que cabe poca duda ante evidencia tan clara es que hay cosas que
no han cambiado en un país donde eligieron el cambio hace apenas dos años,
porque el asesinato de una muchacha cada 12 días es motivo de preocupación en
cualquier parte del mundo. Así de nada sirven las palabras, presidenciales o de
otras.
Septiembre
Hijos del rapto exprés y otros
negocios,
dejad que relate una historia
nocturna como el filo de la luna.
Por favor, no hay compromiso;
Luz comunicante nada más.
Silencio… se rueda.
Una noche cualquiera
estado de Chihuahua:
Qué ilusión me hace saber que pronto
nos iremos.
Qué tengo los ahorros alterados y
el tiempo no nos ata ya a esta
piedra.
Eres el valor que me hace falta
¿Sabes vida?
haremos autostop hasta Manhatan.
Te gustará:
Cruzaremos en auto el puente Brukling
midiéndole al taxímetro los pasos
bajo el sol de septiembre.
Podremos beber agua de la fuente
dejar correr el sueldo por su
cauce
tras las barras y estrellas
en el acto de armar con fuego
de mísiles el cabello.
¿No te hace
ilusión?
Haremos autostop hasta
Manhatan.
¡Qué más dará si el polvo
en
los escombros,
se hace polvo!
¡Si vive la ilusión almacenada
y el mundo se nos hunde en los zapatos!
Que más dará si siempre ha sido
así de hijo de perra.
Abrázame, dame valor,
vamos a levantar muy pronto el
vuelo,
encender
la tenue luz
triste del baño.
¡Huyamos del azar entre los cactus!
Ven pronto arrebatarme los minutos,
alíate
a mi son, y sed de tiempo.
Cumplamos la conquista, de vivir, ser soñados.
Créeme...
Te enseñare a regar, temprano el
parque,
a dar migas de pan a las palomas
y curarles el cielo de las alas.
Paciencia
si regreso el lunes tarde, dibuja
en el pasillo
de mí alma garabatos. Cena flan,
si te aburres
aparta el moho al chopped
al vacío de la tele.
Toma papel,
haz un avión que vuele sobre el caldo de patata
de mañana.
Luego, cuando regrese,
amor,
¿Cómo aliñarlo?.
Créeme:
Si por culpa del diseño
aerodinámico
o alguna otra razón que
desconozco, no volase,
diré que lo hice yo, la laca de
las uñas que me inventa.
No daremos el alma por vencida
vagando en el desierto.
Si me lleva un vuelo extraño,
una zarpa venida de otro mundo,
un algo que no sé dónde se
esconde.
Quisiera...
descansar
donde la voz me alcance
y así poder gritarte que te
quiero.
No entiendas lo que ladran las
paredes,
¡sal a encontrar flores al sol!
Cajas
de guitarra
que se
rompen.
Me acaricio la tripa ante el
espejo.
Una patada más, ya son bastantes.
Lejos de aquí, el día que tu nazcas.
1 comentarios:
Viejo amigo : Te vuelvo a leer y me vuelvo a estremecer, es tan honda tu escritura, tan llena de un dolor, del que fulgen esquirlas luminosas, que me llegan atravesando la cordillera andina, muchos de tus poemas están en mi cabeza constituyen ese sustrato sobre el que vagan mis palabras esperando encontrarte, esperando encontrase.